El indicador evalúa la calidad del aire en las ciudades, la calidad de los recursos hídricos, los niveles de consumo de recursos materiales y energía por persona, la degradación de los suelos, la situación de la fauna y flora, y los aportes a la contaminación global. El estudio fue realizado por el equipo técnico de The Ecologist de Londres, con el apoyo de Amigos de la Tierra.
El puesto No 1 lo ocupa La República Centro Africana, y el último puesto (No 122) es para Corea del Sur. Estados Unidos se encuentra en el lugar No 112. Entre los primeros diez se encuentran, además de Bolivia, Nicaragua y Perú. En la primera mitad del conjunto, se observan 15 países de América Latina y el Caribe. Muchos de ellos poseen relativamente mejores condiciones ambientales dentro de fronteras pero además sus aportes a los impactos globales son menores a los observados en los países industrializados. Por otro lado, cuatro países aparecen en la última mitad, entre ellos Chile, Haití, México y Costa Rica, en un conjunto donde se han operado fuertes cambios económicos volcados hacia la exportación de recursos naturales. El caso de Costa Rica es llamativo, ya que allí se encuentran una de las proporciones más altas de áreas protegidas del continente y desde hace años se vienen ensayando estrategias ambientales. Sin embargo, un examen atento de la situación en esa nación muestra que, fuera de esas áreas, los impactos ambientales y la degradación de agrosistemas es muy alta.
ONGs latinoamericanas denuncian
la falta de resultados en la Cumbre de la Tierra
El sentir compartido por la mayor parte de estas organizaciones, presentes en el foro alternativo que se celebra a las afueras de Johannesburgo, es que la reunión de la ONU será sólo un conjunto de buenas intenciones sobre el papel, según un informe de El Tiempo (Bogotá), basado en la agencia AFP. El informe agrega que para las organizaciones ciudadanas el reto de la reunión de Johannesburgo, de conciliar crecimiento económico con bienestar social y cuidado al medio ambiente, es de una importancia estratégica, pero ni los gobiernos ni la sociedad civil parecen estar a la altura de darle forma.
La presencia de la sociedad civil en la cumbre de la Tierra de Johannesburgo está siendo escasa y mal organizada, señalaron las entidades. "Hemos perdido las expectativas en esta cumbre. Esta conferencia es el final de una década de desilusiones", declaró Jorge Cappato de la fundación argentina Proteger.
Las ONGs consideran que la cumbre de desarrollo sostenible de Johannesburgo, más que la conferencia ‘Rio+10’, es ‘Doha+10 meses’, ya que en ella se parte y no se avanza un milímetro más allá de las conclusiones de la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Doha, en 2001. "Estamos mezclando Doha con las decisiones de la conferencia de financiación al desarrollo de Monterrey (México, 2002) para concretar el Plan de acción de Johannesburgo. Esto no es una cumbre de comercio, es una reunión que tiene que cambiar la vida de la gente y no tenemos tiempo para lirismos ni retórica", estimó Marcelo Furtado, de la organización Greenpeace.
"Estamos viviendo una semana fundamental: vamos a descubrir si la ONU tiene capacidad para imponer su voluntad y luchar contra la desigualdad", declaró Nancy Cardozo, de la fundación Moisés Bertoni de Paraguay. Para las ONGs existe una gran crisis en la ONU, que está "manipulada" por un pequeño grupo de países y se "convirtió en el patio trasero de la OMC o el Fondo Monetario Internacional (FMI)".
"Nos parece terrible que la gente diga que esta cumbre será un fracaso porque el presidente estadounidense George W. Bush no vendrá. ¿Qué más nos da que venga o no? El problema es que el resto de países no se siente capaz de tomar decisiones sin Washington. Es el unilateralismo frente multilateralismo", estimaron.
Las ONGs no tienen la presencia que prometieron en la cumbre
A la parálisis de la ONU, se une la división de estas organizaciones. “Estamos lejos físicamente y divididas entre nosotras. Es un síntoma claro de la crisis general que impera en esta cumbre, que debería haberse celebrado conjuntamente con la sociedad civil", explicó Marianela Curi, de la Liga de Defensa del Medio Ambiente (LIDEMA) de Bolivia.
Sin Tierra, antimundialización, grupos indígenas, ecologistas y otros no consiguen reunirse para organizar actos comunes como ocurrió en Rio de Janeiro hace diez años. Ni siquiera en la gran jornada de protesta prevista el sábado consiguieron salir juntos a las calles. Varias manifestaciones paralelas tendrán lugar por toda la ciudad, todas ellas en dirección al centro de convenciones Sandton.
"Desde 1969 las ONGs giran en torno a la ONU: Donde hay una conferencia internacional, allá vamos pero en las últimas conferencias se neutralizó la presión de las organizaciones. Ahora nos preguntamos si vamos a seguir presionando, legitimando estos foros con nuestra presencia o abandonándolos para luchar en otra parte", explicaron responsables de Vía Campesina.
Tras la tibia presencia e influencia de las ONGs en Johannesburgo, el papel de la sociedad civil y su presencia en futuras reuniones internacionales se debatirá en el próximo Foro Social Mundial que se celebrará en Porto Alegre (sur de Brasil) en enero del 2003, por tercer año consecutivo.
A camino de Joanesburgo
Clóvis Cavalcanti
A bela Joanesburgo (África do Sul) é onde se realizará entre os dias 24 de agosto e 4 de setembro deste ano a grande reunião “Rio+10”, cujo nome oficial é Cúpula Mundial sobre Desenvolvimento Sustentável ou, de modo abreviado, WSSD, a sigla em inglês. O planeta todo se volta para lá, tendo à frente o dilema da conservação da biosfera em contraposição à crença de que crescimento econômico é a solução para o problema da pobreza extrema. Na caminhada em curso, há os que percebem a necessidade da preservação dos serviços e ciclos ecológicos, cada vez mais ameaçados pelas ações antrópicas. E há os que vêem na dinâmica econômica, no aumento contínuo, a todo custo e sem limites do produto interno bruto (PIB) quase uma missão religiosa dos tempos modernos. A idéia é de que a economia tem que crescer para que se crie mais riqueza e, com isso, se consiga afastar o espectro da miséria, da indigência, da fome que há no mundo. O grupo que pensa na conservação é dominado pelos ambientalistas. Sua importância tem se tornado cada vez maior, já que são também cada vez mais óbvios os sinais de estresse dos sistemas naturais. Isso é visível em toda parte, seja no tocante à penúria de água, seja na questão da mudança climática, seja na perda de biodiversidade. Querer que o crescimento econômico propicie mais artefatos à população, ignorando o que isso desencadeia em termos de destruição ambiental, muita dela invisível, é suicida.
Ainda no dia 8 deste mês, o biólogo Edward Wilson, destacado professor de Harvard, falando para dois mil cientistas no congresso da Sociedade Ecológica da América, em Tucson, EUA, advertia quanto ao “estrangulamento” causado pela superpopulação e pelo consumo perdulário nas espécies vivas do planeta. Na sua opinião de autoridade mundial em insetos, o maior desafio presente é elevar a qualidade de vida das pessoas em toda parte, mantendo ao nosso lado o restante das espécies vivas, para que também nós não desapareçamos (Guimarães Duque tratou disso no Nordeste em 1949). Tal é também a compreensão dos que querem usar os recursos naturais do planeta de modo sustentável. Contra ela se bate a ótica manipuladora do meio ambiente dos que desejam desenvolver a economia fazendo-a crescer sem peia alguma (como se isso fosse possível). Um estatístico dinamarquês, Bjorn Lomborg, em livro polêmico, The Skeptical Environmentalist (O Ambientalista Cético), tenta contradizer Wilson – cuja visão é conhecida há algum tempo – sob a alegação de que teria feito cálculos que mostram que o biólogo está exagerando em seus pronunciamentos para tornar convincente sua agenda política. Um grupo de cientistas da natureza, porém, incluindo Wilson, chegou à conclusão, depois de exame das contas do dinamarquês, que Lomborg erra de modo tão grosseiro e sistemático que não podem lhe dar crédito científico. Na verdade, não é comum alguém de uma esfera da ciência tecer críticas a outra esfera tão distinta da sua e tão rudemente como o fez Lomborg.
Tudo isso sinaliza para a dificuldade de conciliação das perspectivas desenvolvimentista e conservacionista. A primeira contém a idéia, como diz Edward Goldsmith, um dos fundadores em 1969 de The Ecologist, respeitado periódico do ambientalismo, de que o desenvolvimento seria uma panacéia universal, a ser usada com fervor messiânico para se chegar à realização material do indivíduo. Todavia, a experiência do mundo mostra que a pobreza não tem diminuído. Hoje, no Brasil – e esse dado, que uso sempre, me assusta –, há mais gente vivendo com menos de dois dólares por dia do que a população brasileira total de 1940. Algo semelhante se percebe no mundo como um todo, no conjunto da América Latina e em muitos países mais. Quando se torna conhecida essa informação, o comentário é de que as receitas do desenvolvimento não foram aplicadas corretamente. E se continua a cultivar a máxima dos anos 60, de Robert McNamara, presidente do Banco Mundial, de que “o que necessitamos é crescimento econômico”. A ela aderem todos os partidos políticos, todos os candidatos, à exceção de gatos pingados aqui e ali (o Partido Verde não fugindo à regra em Pernambuco). Quando alguém reconhece que se deve conservar a base de recursos da natureza, sem a qual nada se pode fazer, alega-se que não dá, pois se precisa oferecer comida, roupa, condições de vida à população.
Aqui toma corpo a necessidade exatamente de refletir sobre os estilos de vida nada frugais que nos oferecem. Mas quem deve cuidar disso – os mesmos agentes que têm promovido o desenvolvimento dos desenvolvimentistas? Pois é o que acontece. Quando se reuniu a Rio 92, ainda havia maior presença e influência do ambientalismo, haja vista que os burocratas e tecnocratas de todo naipe não tinham se dado conta de que defender a ecologia dá lucro. A preparação brasileira da conferência do Rio estava nas mãos, por exemplo, do maior defensor da natureza no país, José Lutzenberger (demitido pouco antes do evento justamente por seu radicalismo). Hoje muita gente de outras áreas se mudou para o meio ambiente ao ver que esse campo oferece perspectivas risonhas de progresso profissional. Ao idealismo que marca a ação do movimento ecológico sucedeu perigoso pragmatismo tecno-burocrático. Com isso, poderá até haver progresso em benefício da natureza. Mas não se deve esperar muito. Como diz o jornalzinho do combativo Greenpeace (do inverno de 2002), “no que depender de nossos governos, podemos procurar outro planeta para viver, pois a Terra está com seu futuro comprometido”. Por governo entenda-se aí dirigentes eleitos e aqueles que os assessoram, já que a sociedade civil se inquieta quanto aos rumos do futuro.
Economista e pesquisador social (Brasil); reproducido de Diario de Pernambuco, 18 agosto 2002.